A la deriva.
Los gritos de la mujer se expandían hasta más allá del horizonte. Ensordecían
los tímpanos de todos los pasajeros del barco, e intranquilizaban a los hombres
que inmediatamente se asomaban a ver lo que sucedía. Desde proa a popa se
sentían los chillidos de la mujer y eran más violentos en cuanto ella sufría un
nuevo espasmo. El dolor era señal que algo estaba funcionando mal.
Varias mujeres estaban a su lado. El sudor corría por su frente, sin embargo
sus labios estaban secos y en sus ojos se veía una expresión de duda, de susto
y de dolor.
Se tocaba el abdomen, se contorsionaba, miraba incesantemente a los lados, y
su mirada penetraba en los ojos de las mujeres que las acompañaban y que
trataban de ayudarla.
Dos la tomaron por los brazos y otra, hacia fuerza y masaje en su
voluminosos vientre
Ella se retorcía de dolor. Y entre todos la conminaban a tranquilizarse,
oraban y la sobaban, las sostenían con firmeza y con palabras
tiernas, casi como tierno un arrullo, le hablaban y consolaban.
Pero el dolor era muy fuerte y los espasmos se hacían más frecuentes y en la
intensidad de ellos, el grito, era como una carga eléctrica, se
metía por la columna vertebral y bajaba hasta el cóccix
haciendo temblar el cuerpo.
A bordo, no había paños, toallas, y mucho menos sábanas, ni vituallas, ni
vendas.
Algunos cedieron sus camisas quedando con sus torsos desnudos y a la
intemperie.
La noche había avanzado y muy de madrugada, la luna alumbraba como un
gran farol. La claridad se metía por todos los rincones iluminando con luz de
plata y jugando con la estructura del barco haciendo emerger sombras
dantescas que pululaban por la cubierta de la embarcación.
La luz de unas velas oscilaban con la fresca brisa que se metía por la ventana
y acompañaban al movimiento de sube y baja del mar. Aunque el mismo
estaba muy tranquilo, alguna olas venían a mover la embarcación.
---Respira hondo. Relájate y ahora cuando venga la contracción, puja. Puja, y
deja a nosotras lo demás—Le hablaban las mujeres tratando de serenarla. La
mujer suavemente le empujaba el vientre—Parece ser que el niño esta
volteado--- afirma, la mujer de más edad, demostrando ser la más
experimentada en estos menesteres.
Otro grito, y casi cayeron todas de bruces por lo repentino.
---Vamos. ¡Puja. Puja!. No temas, tranquilízate, respira hondo, espera la
próxima contracción. Sécale la frente --- Ésta era toda la conversación que
salía de la pequeña habitación. Ordenes acá y ordenes allá. Un pandemonium,
todo un corre corre.
Afuera junto a la puerta, murmullos de rezos y voces de personas. Hombres y
mujeres que esperaban ansiosamente el desenlace, el final, para salir de la
incertidumbre en que todos estaban.
Esperando la conclusión del drama.
Las camisas fueron hecha trizas, unas para pañitos, y otras para vendar y
unas últimas para secar y limpiar. Dejando aparte las de usar con el bebé.
Para limpiarlo, secarlo y para darle algo de calor.
La noche era fría y mucha brisa se dejaba colar haciendo cantar con breve
ulular el choque de ésta con la embarcación, que era lo único que impedía su
alegre paso.
Los hombres que quedaron con el torso desnudo empezaron a
temblar y a algunas mujeres el frío las hizo tiritar, se acercaron unos a
otros para darse calor.
El llanto de un niño, que se oye como el maullido de un pequeño gato,
irrumpió en el silencio. Luego se hizo más fuerte. El niño lloraba. Todos
sintieron alegría y pesar al mismo tiempo.
Una nueva vida al mundo pero en una situación muy difícil. Abandonados a la
deriva en esta pequeña embarcación que casi se hunde haciendo aguas.
......Toda una noche y un día, todos, unidos como un solo hombre,
trabajaron con los envases que consiguieron para poder achicar el agua
que entraba por el fondo.
Una cadena humana. Botar agua y botar agua. Esa era la consigna. Parecía no
achicarse nunca, más bien la impresión era, que se llenaba más y más.
Se sumergieron en la bodega donde estaban todas sus cosas, la comida, las
maletas, sus ropas y enseres, papeles que se dañaban con el agua del mar.
Buscaron con afán la entrada del agua, eran sus vidas las que peligraban, las
que pendían de un hilo, si el barco se hundía ellos serían victimas de los
tiburones y los más se ahogarían, estaban en medio de la nada, todo a su
alrededor era agua.
Consiguieron un compartimiento secreto, sacaron tablas y vieron donde
entraba el agua, no era muy grande, pero el descuido de los tripulantes casi los
hace zozobrar, así que con las mismas tablas y camisas de otros
donantes, correas, calcetines, lograron paliar el desesperante hueco.
consiguieron achicar la bodega. La cantidad de agua que entraba era mínima,
y se podía controlar, solo había que estar pendiente de ella. Para ir
achicándola poco a poco.
El bebé ya no llora, duerme. La madre está en muy malas condiciones y los
dos, tanto el niño como su madre se ven muy mal. La madre no tiene leche, no
le ha bajado todavía. Piensan en cómo hacer para darle alimento al niño, que
se ve tan tierno, tan pequeñito, tan frágil. La mayoría de los alimentos se han
dañado con la inundación de la bodega.
Por ahora esta tranquilo en los brazos de su madre.
El esposo estaba a su lado. Estaba casi tan pálido como ella. Había visto todo
el sufrimiento de madre por parir a su hijo y en ningún momento se quiso
separar de su mujer. Quiso permanecer al lado de los suyos, aunque muchas
veces le rogaron que se fuese descansar y que saliera a respirar un poco de
aire. La humedad y el frío entraba a raudales por la ventana e hacía titirar
muchos de los que estaban en el pequeño camarote.
Ahora la mujer dormitaba, parecía descansar después de haber pasado una
noche infernal. Su rostro parecía como el de una estampita de santos que
venden en la puerta de las iglesias. Los ojos negros como el de dos abejitas
criollas, revolotones y pícaros, estaban apagados como si se le hubiese ido la
luz y la fuerza intensa que había en ellos horas antes. Ahora descansaban
detrás de los párpados.
El agotamiento la ha dejado muy débil, las mujeres aún acompañan al trío,
pero empiezan a separarse para dejarle más aire que se había hecho un poco
denso y para dejarlos reposar. Solo esperaban el amanecer y les preocupaba la
forma de cómo alimentar al niño, que por ahora dormitaba como un dulce
angelito.
La madre no respira. El hombre se da cuenta y exclama un grito de dolor.
Pronuncia su nombre. La sacude por los hombros, la estrecha en sus brazos,
y llora. Llora por ella, por él y por el pequeño. Llora por haber visto, el
sufrimiento que vivió ella las últimas horas y por el pequeño niño, que estará
de ahora en adelante, solo, sin su madre.
Todos se acercan a cerciorarse de la muerte de la mujer. El niño se despierta y
empieza a llorar. Una mujer lo toma lo abraza y lo mece en su seno
El hombre no puede estar de sí. Su desesperación. Llora y muchos con él.
.....Ahora que haremos con la madre muerta. Qué hacer con el cadáver. En
esta pequeña embarcación, no hay sitio donde depositarla. Debemos arrojarla
al mar---.Esta era la pregunta que todos se hacían en voz alta. Qué hacer
con el cadáver, la descomposición. Sería para todos un desastre.. Se hizo un
silencio pesado, se miraron unos a otros, escrutándose, como tratando de ver
en sus rostros cansados la respuesta a la pregunta.
Solo el niño gorgoteaba chupando el dedo de su improvisada haya.
---Hay que arrojarla al mar---. El esposo lanzó un grito y un improperio y con
voz balbuceante dijo---No. Al mar no. Esperemos a ver tierra, seguro mañana
o quizás el día siguiente, y entonces la enterraremos. Otro hombre habló,
estaba más amargado que asustado, y replicó con voz angustiada.---Y si no
hay tierra, y si nos quedamos más días a la deriva, mas días en este infierno---.
Y terminó diciendo---Cómo haremos con el olor cuando empiece a
descomponerse.
Las mujeres abrazaron al hombre y todos lloraron con él, en silencio, viendo
el cadáver. La mujer yacía con el rostro impasible, y parecía rodeada de un
halo de paz.
Su pálida tez contrastaba con la poca luz, parecía dormida, inmersa en un
sueño del cual nunca más despertaría.
Amaneció así de repente, la luz del día entro a borbotones a llenar el sitio que
ocupaban las tinieblas, casi sorprende a las personas de a bordo, todos estaban
absortos y aún medio dormitados, embebidos en un sopor de inquietudes y
tristezas. El mar estaba quieto, era un espejo de agua. Las nubes se reflejaban
en él y hasta el allende en el horizonte no se veía ninguna pinta blanca ni
espuma que indicara un oleaje.
Todo era silencio y quietud, la embarcación no parecía moverse, sino estar
estática en el centro de un enorme disco. En un gran plato azul, donde se
mezcla naturaleza, luz, agua y nubes, que ahora venían ansiosas a ocupar el
espacio libre y que se veían blancas y dispersas, como motas de algodón.
La embarcación flota en calma, sin moverse, solo el compás de la respiración
rompe el silencio. Así pasan horas y horas. Era como entrar en un mundo
silente y hasta tenebroso. El bochorno empezaba a arreciar, el sol brillante
avivaba en el paso de las horas su fuego. El humor pegajoso después de un
tiempo era insoportable. De noche el frío y de día el fuego abrasador en un
desierto de agua .......
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Partimos desde el Golfo de Urabá. En una pequeña embarcación que
fue contratada para que nos llevara a los Estados Unidos. Íbamos a entrar a
esa nación como inmigrantes indocumentados. Un total de veinte cinco
personas, nos reunimos en el puerto. Veníamos de diferentes naciones. Desde
el Perú, desde el Ecuador, otros de Colombia y algunos de Venezuela.
Todos teníamos una idea fija y una sola disposición, ir a la nación americana a
vivir una vida mas cómoda, una vida mejor, para tratar de salir de nuestras
miserable condición. La pobreza que mina nuestra sociedades y arranca de
nuestra juventudes la alegría.
Nos concentramos todos en la costa, al atardecer, a la hora señalada, allí
poco a poco fuimos llegando. Una pareja, luego otra y otra. Luego varios
hombres y así hasta reunirnos todos. Parecía que nos conociéramos ya que
solo con vernos sabíamos quienes éramos, y quienes íbamos a navegar esa
noche.
Todos fuimos atraídos por la oferta y el bajo costo del viaje, que relativamente
no se hacía muy costoso, y según no iba a demorar muchos días. Iríamos
costeando Panamá, Centro América y luego poco a poco por el golfo de
México, hasta entrar en aguas americanas y al final lograr el sueño de todos
nosotros. El sueño de América, la libertad y el bienestar para nuestras
familias, en trabajo, en dinero, el poder surgir y salir de la pobreza, ayudar a
los que se quedaban detrás. Hacer real. El sueño americano.
Tres eran los tripulantes. El capitán y dos ayudantes, que hacían de piloto y
navegante.
Nuestras pocas pertenencias fueron arrojadas a una bodega y nos dijeron que
nos acomodásemos como quisiéramos y como pudiésemos. Solo había un
pequeño camarote debajo del la sala de mandos, y un pequeño alero que era lo
único techado después todo lo demás era a la intemperie. Así que tendríamos
que turnarnos en el camarote en la bodega y aguantar el frío de las noches.
Al principio todo marcho bien, todo color de rosa, como dicen, La pequeña
embarcación navegaba lentamente alejándose de la costa, y la estela que
dejaba nos alegraba. Era una estela que nos acompañaría como un largo
camino hasta el final del viaje. El mar estaba muy calmado y la embarcación
se movía alegremente entre las ondas marinas.
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La noche es fresca, a bordo todo es movimiento, entusiasmo y alegría. Unos
están en el techo de la timonera y casi hacen crujir la armazón. Le indican que
bajen algunos que no se monten todos. En las bordas las gentes dormitan,
hablan, fuman, ríen, a todos le brilla la mirada se ven alegres y llenos de vida.
Llenos de futuro, plenos y satisfechos. Las mujeres son más entronas,
empiezan a conocerse, hablar unas con otras a comentarse cosas e intimidades
El viaje empieza a ser confortable, a pesar de las carencias. Es ameno, alegre,
esperanzador.
Entre canciones, tabaco, y unos tragos de ron, amaneció el azul. Un azul
hialino de cielo y agua, flores de espuma, blancas como margaritas se dejan
ver en un estallido de luz. Irrumpe el agua en ondas que oscilan, ora suben ,
ora bajan, en un continuo vaivén casi infinito.
El ronroneo del motor es constante, parece musical y adormece. Aletarga las
horas que van pasando largas y cansinas. Mirar el horizonte, ver nubes e
imaginar figuras, observar a algún que otro pájaro que pasa veloz y otear
algunas manchas plateadas que a veces se dejan ver cerca de la embarcación.
Varios peces saltan y en su chapuzón, hacen un arco que se deja oír en su
chapoteo y salpican ínfimas gotas de mar.
Delfines curiosos, se asoman por la popa, y en un aleteo avanzan y parecen
guiar nuestra ruta
La labor del día; era estar abrazados a la popa. Ajenas parejas miran el
horizonte. Otras, curiosas observan el timón y los instrumentos de a bordo y
los últimos están en la proa viendo venir a las olas, sintiendo el bamboleo de
la embarcación que parte las ondas, y borbotea la espuma, haciendo sentir el
sabor de sal y empaparse del rocío que va levantando la brisa y los va
mojando.
Los tres tripulantes estaban muy contentos, se repartían el dinero.
Seguramente ya pensaban como gastarlo en los garitos de los puertos, o con
las mujeres en algún establecimiento, o en bebida, juergas y diversiones.
Personajes de esa calaña no tenían un objetivo claro para con su vida, y menos
para invertir el dinero bien o mal ganado.
Estaban para sus adentros transportando a un ganado, a ellos poco le
importaba la vida o lo que les pudiera suceder a cada unos de los veinte cinco
pasajeros. Hablaban entre ellos, codiciaban a las mujeres, y en sus murmullos
y miradas, había mucha burla y desdén.
Ninguno de los pasajeros se había dado cuenta, confiaban ciegamente en estos
tres hombres. Confiaban en la buena marcha del viaje, en la suerte que los
acompañaba, y en la oportunidad que les aguardaba. Y nunca sospecharían de
cualquier fechoría que sus guías pudiesen cometer. Estaban felices y esta
felicidad los hacia ciegos. Estaban eufóricos, ebrios de alegría, esto parecía un
viaje de placer, era como si estuviesen en un crucero en alta mar.
Navegaban incómodos, en una embarcación pequeña sin servicios, con
demasiada gente aglomerada, algunos estaban mareados y permanecían fijos
como pegados a las bordas. Pero la esperanza de llegar a buen término y
sabiendo a donde iban, los hacia sentirse satisfechos. Era como tener sarna con
gusto, no importa la incomodidad. Habían personas que no conocían el mar
era la primera vez que lo veían y se deleitaban de lo lindo, eran como niños,
aspirando el olor salino y emocionados deseaban zambullirse en el inmenso
azul.
El motor empezó a sonar diferente, y le comentaron a los tripulantes. Ellos a
su vez explicaban que se quedasen tranquilos que no era nada de importancia.
Pasamos Panamá y Costa Rica. La embarcación costeaba y se alejaba
navegaba cómo en un zigzag, abandonaba la costa y luego más adelante
aparecía. Según ellos era para alejarse de supuestos buques mercantiles y
militares, y para evitar llamar la atención de posibles guarda costas y ser
presos de una requisa que los comprometería todos siendo entonces el final de
viaje.
Al tercer día habíamos gastado más de la mitad de nuestros bastimentos y eso
que comíamos muy frugalmente, también el agua estaba escaseando, ya pronto
iríamos a la costa a llenar nuestro deposito de combustible y agua para seguir
el rumbo hacia el norte.
Al atardecer nos hablaron de un cambio de planes, iríamos al Norte de
Guatemala o a Belice y después a Méjico, en donde estaban unos
colaboradores y compinches, los cuales podrían darnos más bastimento,
repuestos, o alguna reparación.
Muy temprano al cuarto o quinto día, nos invitaron a todos, a que nos
metiéramos en la bodega rápidamente, pues parecía que venía un barco militar
muy grande. Todos nos ocultamos con rapidez en la bodega, casi no cabíamos,
nos acuclillamos, nos apretujamos y esperamos la señal convenidas para salir.
Una de las mujeres, subió silenciosamente y se asomó subterticiamente por la
borda, sus ojos se llenaron de lágrimas, quedose perpleja, con la boca abierta,
no daba crédito a lo que veía, y de sus labios no podían salir palabras. Estaba
llena de terror.
Haciendo un esfuerzo grita, y todos salimos como pudimos de la bodega, para
ver a los tres hombres que se alejaban. Habían sacado el bote auxiliar y se
alejaban en él, dejándonos a la deriva.
A medida que se distanciaban. Gritamos, imploramos, lloramos, nada. Se
alejaban con nuestro dinero y nuestra esperanza, y ni siquiera volteaban a
vernos.
Estuvimos mirándolos por largos minutos hasta que desaparecieron en el
horizonte.
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La tripulación y el capitán eran personas de armas tomar. El capitán
estuvo guardado un tiempo indiciado en tráfico de drogas, y después de pasar
una temporada en la cárcel, reclutó a sus dos compañeros que estaban en los
mismos rumbos.
Sus dos compinches, llevaban mercancía a curazao desde las costas de
Venezuela y luego fueron arrestados in fraganti en piratería, tratando se asaltar
un velero italiano que venía a hacer turismo en esas aguas tropicales.
Después de pagar sus condenas decidieron asociarse. Ahora traficaban con
otra mercancía. La humana.
Nos quedamos mudos, y atónitos. Muchos de nosotros, nos sentamos en la
borda sin hacer nada, estábamos como alelados, idos, quien sabe qué
pensamiento nos atormentaba, y nos roía el espíritu. Otros hombres
empezaron a divagar, hablaban de sus pueblos, y sus historias.
La embarcación se balanceaba suavemente entre las olas. El Ecuatoriano
hablaba de su pueblo, Baños, con su río y la selva próxima, hablaba de su
niñez, de las aguas termales, y de las ganas de emigrar, y ahora, sentirse
inmerso en esta incertidumbre. Otro, el peruano hablaba de sus barrios en
Lima, lo árido de la costa, y de sus montañas coronadas de blanca nieve. A
todos les dio por hablar de sus recuerdos y pueblos, los sitios de su niñez, y
en donde pasaron según ellos, momentos de felicidad. Los colombianos
comentaban de sus pueblos costeros, de su río magdalena y de los hermosos
villorrios y lugares de el interior del país. Todos hablaban con lágrimas en los
ojos.
Y así pasó el primer día de la deriva y soledad en el mar.
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Un grito los saco de las nubes y del sopor “Esto se está llenando de agua”.
En efecto, el barco además de ir a la deriva se estaba anegando, con razón se
fueron esos condenados. “Si esto se hunde, no cabríamos en el bote auxiliar y
sería un caos como es ahora.” Este era el pensamiento a voces.
Todos al unísono nos pusimos a trabajar. Hicimos una cadena humana y
Logramos con tesón esfuerzo y mucho trabajo, salir de ese trance..
Conseguimos un escondite, seguramente era una trampa para esconder drogas
y para ocultar el contrabando que era trasportado a los otros países. Perdimos
todo el alimento, nuestros enseres se empaparon, ahora toda la cubierta era
colorida y abanderada con nuestras ropas secándose al sol. .
Un nuevo día, y así, empezamos a perder la cuenta. El mar, el día, la noche,
siempre iguales. Un mar tranquilo en las mañanas, era como un espejo y casi
no se sentía movimiento alguno, no había el vaivén de las olas. En las
tardes, las ondas van aumentando de intensidad, se siente el fuerte vaivén y
allí, somos como una concha de nuez en este vasto océano.
Algunas noches se escucha la brisa chocar con los costados y penetra a
refrescarnos y otras , son muy calurosas y la ropa se pega a nuestro cuerpo y
el calor pegajoso dura hasta la madrugada, yendo a refrescar casi hacia el
nuevo día, y entonces poco a poco nos sentimos más cómodos.
El cielo por las noches es muy estrellado. Solo se ven estrellas y estrellas,
miles de ellas brotan del negro firmamento y nos acompañan hasta el
amanecer
Otro grito rompe la monotonía de la noche, la mujer gemía y gritaba, lloraba
intensamente, sentía dolor y no había nada para calmarla. Oraciones, palabras
de consuelo y de ánimo para darle valor, para que saliera bien del problema en
que se encontraba.
Estaba pariendo.
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El cadáver de la mujer fue lanzado al agua, el esposo estaba inconsolable.
La amortajaron con unos trapos y la ataron. Le colocaron unas pesas para que
se hundiera rápidamente. Todos estaban en la cubierta.
El niño dormía, no había alimento para él y se esperaba que muy pronto
acompañaría a su madre.
Algunos dijeron unas palabras, otros oramos, unos a voces y otros en silencio
“Que Dios la acompañe en su viaje”.Decían las mujeres con lágrimas en los
ojos. Solo una noche más nos acompaño la criatura. Ésta lloró y lloró
interminablemente, sin descansar, hora tras hora y no había modo de calmarla.
Nos desesperaba y queríamos gritar”Callen a ese niño” Pero comprendíamos,
sabíamos de su agonía, era la misma que íbamos a pasar nosotros sin comida y
sin agua para beber. Amaneció en los brazos de las mujeres, ellas se turnaron,
ya no lloraba, le daban de beber lo poco que había en un pañito y el la
chupaba con avidez.
Parecía un angelito. Estaba como dormido con los ojos cerrados.”Miserables
de nosotros”. Pensábamos.”Pronto te acompañaremos amiguito”.
Una de las mujeres lo bautizó, le puso el nombre de Esperanto, como de
esperanza. Esperanza para nosotros, que íbamos quien sabe a donde, a la
deriva en este inconmensurable mar.
Oramos y lloramos, desahogándonos de nuestras angustias, nos confortábamos
unos a otros del miedo, dándonos ánimo. “Pronto algún barco nos verá y nos
sacará de este infierno”.
Vimos un ave, todos las señalamos, era grande de alas y de pico largo, negra.
Los supersticiosos señalaron mal agüero, otros reían y más allá otros,
comentaban que había tierra cerca. “Pero donde”.
Vimos más aves, pasaban cerca de nosotros, de pronto en el horizonte el
espectáculo nos hizo enmudecer. Centenares de alados surcaban el aire y se
lanzaban al agua formando una cortina, eran tantos que parecía una
cascada de pájaros que caían desde las alturas. Había un enorme banco de
peces.
Vimos relumbrar figuras fugaces de plata que se deslizaban a nuestro
alrededor y bajo el casco de la embarcación. Era como la subiendo de un
río. Nos rodeaban muchos, centenares, miles de peces, nos sentimos eufóricos
y nos dispusimos a tratar de pescar algunos. Logramos capturar a muchos de
ellos, allí mismo los tasajeábamos y lo engullíamos crudos, era mucha el
hambre. Un bocado delicioso después de tener varios días sin comer
Con los que sobraron, los guindamos a secar al sol en unas cuerdas
Nos pusimos alerta a ver si veíamos tierra, logramos divisar muy a lo lejos
unas manchas oscuras, pero nada, seguíamos a la deriva.
En la tarde otro fenómeno nos lleno de entusiasmo, por lo menos nos
alimentaba el espíritu. Era una puesta de sol, al principio las nubes blancas y
el fondo amarillo, todo en una gran pantalla. Luego poco a poco se va
tornando rojizo, las nubes se alargan como paños de seda y va
desapareciendo poco a poco hasta oscurecer completamente.
En la oscuridad, muy a lo lejos, se veía un relampaguear continuo como el de
una tormenta.
Teníamos comida, más sufríamos por la sed. El agua además de escasa estaba
ya contaminada, no obstante algunas madrugadas llovía y algo de
ella pudimos guardar. La escasez de agua nos daba dolor de sed y ese dolor,
nos enturbiaba el cerebro, y producía confusión en nuestras facultades
mentales, allí en donde se asienta la locura.
Amaneció de nuevo, todavía varios de nosotros pescaban, ahora teníamos
cierta provisión, el cielo es de un azul, algo así como eléctrico, y hay una
claridad y una gran visibilidad, no se observan nubes, y el mar está tan
tranquilo que no sabemos si nos movemos o permanecemos en un solo sitio
estáticos para siempre.
Cerca de la medianoche un grito, todos corrimos, el hombre es jalado por sus
compañeros, el brazo y el antebrazo, había desaparecido con mano y todo.
Chorros de sangre salía de su costado, tenía marcas de dientes en el pecho. El
hombre fue desgarrado de un solo tirón. Mordido por un gran tiburón, de esos
que seguramente están acostumbrados a comerse a los balseros cubanos, que
se lanzan al mar en embarcaciones disímiles sin prever el resultado y con la
esperanza en el corazón y la mar de la veces sucumben, zozobrando en alta
mar sin que nadie los logre auxiliar.
En el piso de la embarcación el hombre hacía estertores y vomitaba, perdía
mucha sangre, se veía que el dolor era insoportable. Como pudimos le
colocamos compresas en la herida, para parar un poco la salida de la sangre.
Pero era imposible la sangre manaba sin cesar
El hombre se estaba poniendo amarillo, sus ojos se estaban apagando, se
estaba yendo.
Para el atardecer del día siguiente, lo arrojamos al mar, tras él y con él iban
nuestras oraciones. “Debíamos estar más alerta”. Comentábamos entre todos.
”Estamos en una situación muy peligrosa y cada uno de nosotros corre
peligro. La muerte es nuestra compañera de viaje”.
Todo el día hizo un calor insoportable, y en la noche algo de brisa que
reconfortaba nuestros cuerpos. Al siguiente día igual y a lo lejos, se
observaban nubes grises, eran muy oscuras y tenebrosas. Cubrían todo el
horizonte.
Despertamos con el fuerte bamboleo de la embarcación. Fue todo de
repente. Las olas nos golpeaban y lanzaban chispas de agua, que hacía que nos
ateriéramos, sentíamos la embarcación levantarse como en un tobogán,
éramos sacudidos, corrimos donde la grieta y tratamos de reforzarla.
Estábamos alumbrados con la luz de una pequeña vela cuando empezó a
soplar la fuerte brisa que nos dejo en tinieblas. Vino el viento a cantar un
canto de muerte. El ulular era acompañado con el batir de olas. Teníamos
mucho miedo de zozobrar. La embarcación era castigada por todos los
costados, el mar entraba por la proa, nuestras voces eran silenciadas por el
fuerte viento, cerramos la entrada de la bodega y muchos de nosotros nos
quedamos en ella apretándonos dándonos calor con nuestros cuerpos,
acompañándonos y orando y temblando por el frío y por el miedo. Los que
nos quedamos arriba en el puente, vimos como los relámpagos daban forma a
las grandes y negras olas.
Negras, como diablos, coronadas con enormes cachos blancos, que nos
azotaban. Ora vimos una enorme pared de agua y nosotros en la base, nos
recogía y nos levantaba muchos metros, ora otra, era como estar en un valle
rodeado de altas montañas. El mar hervía furibundo. Viento , agua,
relámpagos, rayos, truenos, todo al mismo tiempo. En el fuerte vaivén nos
ladeábamos, y casi nos sumergíamos. Estábamos metidos dentro de una
tormenta tropical, o en el medio de un huracán
En cada brillar del cielo, veíamos nuestras caras, nuestros ojos redondos
llenos de terror, de lágrimas, de llanto, de susto, de ansiedad. Todas las
pasiones conjugadas en nuestros rostros. Y el viento seguía silbando afuera,
cantando su melodía siniestra, y la noche dirigía a los monstruos que nos
zarandeaban queriendo devorarnos.....
Y amaneció. Amaneció, como amanecen los días después de padecer una
gran tormenta. Como si se hubiesen lavado pecado. Como si se hubiese lavado
el tiempo. Es un nuevo amanecer, cristalino, hialino, mágico con luz de
hermosos colores. “Si no estuviésemos en este trance, éste fuera uno de los
mejores días de mi vida”.
Seguimos a la deriva, y no sabemos donde nos ha arrojado la tormenta, nos
sentimos eufóricos y con mucha suerte el de haber salido de ella. Con unos
lápices, han hecho una escuadra, dicen que es para tratar de ver nuestra
posición. A ver en que rumbo andamos y rezar para que no venga otra
tormenta como la anterior, que no la aguantaríamos. Todavía los hombres,
están sacando agua de la bodega.
Todo está empapado y ahora no tenemos agua que beber. Habiendo tanta agua
en esta inmensidad y que no podamos tomar ni siquiera un poco.
En el techo han colgado un plástico con una tuerca en el centro y un
recipiente, es para recoger un poco de agua pero es muy poca y nosotros
somos muchos
Uno de los hombres, tomó en silencio agua de mar por varios días, callado sin
decirle a nadie y se volvió loco. Se arrojo por la borda gritando.
El dolor de sed. Se le fundieron los riñones y el cerebro. Se deshidrató
totalmente. Su cuerpo al sentir el agua salada, le quitaba a los órganos la
dulce para contrarrestarlo y así poco a poco se fue quemando hasta morir.
Vimos una gran red. Formaban ella un gran círculo con los corchos
flotando en el mar.
La corriente nos llevó hacia ella. La tomamos y vacilamos en quedarnos junto
a esa isla que nos comunicaba con la civilización.
Nos dispusimos a deliberar. Y nos cuestionamos. ¿“ Nos quedamos
junto a la red, o seguimos a la deriva, a donde la corriente nos lleve”?.
Decidimos seguir a la deriva.
No sabíamos cuando vendrían a recoger ésta red, o si estaba
perdida causa de la tormenta . Si continuábamos, quizás muy pronto
veríamos tierra, y saldríamos de este predicamento.
De todas maneras dejamos un mensaje atado a la red.
En una botella describimos nuestra situación y dejamos los nombres y el
tiempo que teníamos a la deriva. La corriente nos iba arrastrando, mientras se
empequeñecían a la distancia los flotadores de la red, y desaparecían poco a
poco confundiéndose con las aguas
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“ Pienso en los que dejamos atrás, mi madre, hermanos, hijos. Todo para
acompañar a mi esposo en ésta aventura que ha resultado un desastre
El peligro nos ha acechado desde que salimos del Perú. Igualmente comentan
mis compañeros, inclusive los que emocionados han visto el mar por primera
vez y que ahora están saturados de él. A donde se mire hay agua., hay mar,
hay azul, hay profundidad. Estamos todos agotados, secos, nuestras ropas son
harapos, nuestros cuerpos enflaquecidos, barbas hirsutas tiene los hombres y
todos tenemos un semblante de fantasma. Creo que nos quedan muy pocos
días, a lo sumo , uno de mucho calor y aprensión, y estoy segura que no lo
aguantaríamos. Ya algunos deliran. Hablan ininteligiblemente sobre sus casas
y familiares, y otros están triunfando en aquellas lejanas tierras que nunca
llegaremos a ver..... Me doy por vencida. No hay marcha atrás. Ya no veré mis
montañas coronadas de nieve ni a los caudalosos ríos, ni a las voces y gritos
de jolgorio festivo de mis niños cuando salen de la escuela, ni la voz
arrulladora de mi madre.
El cielo está estrellado, infinitas estrellas se asoman en la noche a
despedirnos o a acompañarnos a los eternos viajantes en la ruta hacia el más
allá, donde nuestra inefable amiga la muerte nos llevará hacia esos sitios
desconocidos donde termina la vida a ese umbral oculto donde empieza otra
muy diferente”.
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“Las sirenas de las profundidades, medio mujeres medio pez, emiten un
quejumbroso sonido. ¿Será que lloran nuestra desgracia. Será que la brisa trae
con los recuerdos cantos de trompeta?.
Amanece y anochece.. Es el sol quien sale en el oeste o es el este que se va
consumiéndose en las profundidades. Ya divago, no soy yo, ni nadie, solo soy
un fantasma, que vaga, que flota, que puede caminar sobre las aguas, que
puede subir , bajar, flotar, que puedo mirar desde lo alto y ver en esta altura a
la embarcación y a todos yacer en la cubierta, tirados, gimiendo a punto de
morir o ya estamos muertos?”.
“La inanición, la sed, el hambre, el sol , el calor, el frío, la ansiedad, los días.
Todo pesa en una gran balanza y en la otra, solo nuestros cuerpos y la
voluntad que va desapareciendo, que se va minando.
Otra vez la música. Ésta vez es la de caracoles en celo, llamando a su amada.
Es el grito de enormes peces que se preparan a engullirnos. Son mujeres de
hermosos rostros y de turgentes senos, de largas cabelleras y de bellos
ojos...... Nos ven, sonríen y cantan, tapémonos los oídos como hizo Ulises.
No oigan más el canto siniestro”...........
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La embarcación se acercaba a toda máquina la V de la proa, se adornaba con
azahares, corona de olas de espuma de mar.
Venían hombres de uniforme a bordo. Miraban con binoculares y hablaban en
forma extraña.
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Al pairo se colocó la embarcación.
Una nave de otro mundo, con seres extraños que nos hablaban, que trataban de
socorrernos, que trataban de hacernos beber.---Poco a poco sin atragantarse,
beba despacio---. Sus voces sonaban raras como desarticuladas y con
entonación diferente.
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Amanecimos en tierra, fuimos rescatados después de estar en el mar más de
veinte días.
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El pescador vio algo refulgente en la red, algo que brillaba con el movimiento
del mar, reflejando los rayos del sol. Leyó el mensaje y rápidamente dio aviso
a la guardia costera.
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En grandes letras los periódicos anunciaban el recate de una embarcación en
alta mar
“Tres días después que unos pescadores vieron atada a su red un aviso de
socorro, fue rescatada una embarcación que iba a la deriva con más
de veinte personas.
A bordo hombres y mujeres yacían por doquier, algunas muy cerca de morir y
otras ya fallecidas de inanición y de deshidratación.
Solo siete se salvaron”
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“Me llamo Ana. Soy Peruana, tengo más de treinta años, me metí en esta
aventura para acompañar a mi esposo. Somos una familia pobre, desde los
tiempos de los Incas. Soy persona que trabaja con las uñas en su tierra y
quisimos aventurarnos a vivir una vida mejor para nosotros y ayudar los
nuestros.
Para cambiar y mejorar nuestro sistema de vida, ganar dinero e invertirlo en la
educación de los hijos. Allá se quedó mi madre y mis hijos, mientras mi
esposo y yo partimos en este desgraciado viaje. Nuestra meta era conseguir
trabajo y vivir una vida más digna.
Tratar de vivir el sueño americano.
Haciendo pesquisas nos enteramos que un grupo de personas hacían viajes a
los estados unidos llevando personas, indagamos más y nos fuimos al Ecuador
en donde fuimos reclutados por el grupo, de allí pasamos a Colombia en
donde empezó nuestro viaje ......................
Rubén Patrizi