El Viejo Coronel
Y volveré a ser otra vez
El errante trovador
Que va en buscar del amor
Del amor de una mujer
(Canción Popular)
En la soledad de años el viejo mitigaba su hambre de vida...
Y los recuerdos vienen a su soledad, llenando su subsistencia como un alimento.
Una porción de tabaco a su boca y pone su mente a elucubrar.
Sueña despierto y piensa en su mundo, que se le acaba, solo quedan la reminiscencias que vienen aflorando como los cuadros de diapositivas.
Sueña sobre sus años mozos cuando asaltaba las buhardillas de las casas y se encontraba con las muchachas de servicio, o cuando brincaba las empalizadas, donde, decía él, los esperaban las señoras llenas de fuego.
Y contaba todas estas historias a su tropa....
De cómo, cuando apretaba con sus piernas a la yegua rucia y la azuzaba, espoleándola con los talones pelados, un machete en una mano y un máuser en la otra, las bridas en los dientes y con rugidos de fiera, conminaba a sus hombres a combatir, y así embestía al enemigo, que huía dejando en el campo sus armas y pertenencias, y corrían despavoridos como si hubieran visto al diablo...
Se reía de este cuento, solo el recordarlo le encendía de nuevo.
También soñaba con las noches de luna llena, cuando salía con la guitarra a cantar serenatas a las muchachas y a más de una que tenía embobada con su hermosa voz, porque según él, tuvo una hermosa voz de tenor.
Y así seguía hablando en voz alta a su pequeño auditorio, cuando la soledad y la nostalgia lo invadía y esta lo consumía.
Y les contaba otra....
Con su pelo de guama brillantico, y un reluciente liquiliqui de botones dorados, en su mano un bastón de vera y las miradas de admiración las mujeres, las vivas de las tropa, y la extremidad que le extendía el presidente, junto con la medalla reluciente que le ponían al pecho.
O cuando el era Coronel, por allá por los años treinta y su voz de mando hacía temblar a todos y todo el mundo andaba derechito.
“¡Oído!. Sí señor”.
“¡Atención....¡Firm....! Y se ríe
Y se va caminado entre el silencio y los recuerdos a su hamaca que le espera para mecerse inefablemente en el tiempo
La ineluctable vejez no vine sola; reuma, tos, dolor de manos, de pies, una rodilla que molesta al caminar y al pararse la cintura....Esperar largos segundos a que el cuerpo se acostumbre a enderezarse.
Por eso pasa largas horas acostado en su vieja hamaca, pendulándose, en un vaivén hipnótico, la misma cadencia lo hace divagar y solo queda con sus recuerdos, la imaginación y la soledad.
La soledad, después de estar con tanta gente; la mujer que lo acompañó, decidió partir. Al amanecer de un día de esos muy nublados de los que son sombríos y tristes, ella no abrió los ojos, se fue sin despedirse.
Los otros sus amigos, también, mucho de ellos se fueron, otros están muy viejos para visitarse.
Solo quedan los que le acompañan....
Pero todavía, cuando sale, todos ponen atención y casi firmes, expectativos a alguna orden.
Y él sonríe.....
Su pequeño ejército lo espera.
“¡Atención!”... Todos ahora son uno..
Perros y gatos se acomodan, levantan las orejas unos y maullando otros, están prestos a recibir órdenes.
Rubén Patrizi
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