Pedrito " Niño Autista"
Bodegon con flores
Egea Lopez
Pintor venezolano
Pedrito
Niño autista.
Hace más señas que un penado Dicen algunos.
Hace más señas que en una despedida. Dicen otros.
Sí. Hace muchas señas y gesticula con desespero. Es un borbotar de palabras mudas con gestos que se interponen, que se tropiezan, que se atropellan, queriendo salir y que se hacen difícil interpretar.
Las muecas se convierten en lágrimas y en desespero, hasta que su madre en un fuerte abrazo lo aprieta contra si y lo va calmando, con susurros con palabras tiernas y caricias, meciéndolo, hablándole dulcemente al oído, y lo ciñe como si fuese un ave herida.
En sus horas de calma, juega. Corre detrás de las hojas, las que la brisa atrapa y las hace bailar. Se asombra con el color de las flores abriendo sus azules ojos, persigue mariposas y las logra atrapar, las toma entre sus deditos y colocándola en su palma las invita de nuevo a volar. Y su imaginación vuela con ella hacia el cielo, hacia las nubes, que caprichosamente le enseña formas etéreas y les dibuja un rostro sonriente, o un dragón con alas gigantescas y la aurora va dándoles toques de color, y ve las estrellas, y le señala a su madre las más grande, la que titila su platinar, la quiere asir para poder jugar con ella.
En los momentos que su mente se pierde en el infinito de su interior, su madre le habla, lo va tranquilizando y lo hace sonreír. Es una sonrisa azul de dientes separados que muestran un bello rostro infantil.
Egea Lopez
Pintor venezolano
Pedrito
Niño autista.
Hace más señas que un penado Dicen algunos.
Hace más señas que en una despedida. Dicen otros.
Sí. Hace muchas señas y gesticula con desespero. Es un borbotar de palabras mudas con gestos que se interponen, que se tropiezan, que se atropellan, queriendo salir y que se hacen difícil interpretar.
Las muecas se convierten en lágrimas y en desespero, hasta que su madre en un fuerte abrazo lo aprieta contra si y lo va calmando, con susurros con palabras tiernas y caricias, meciéndolo, hablándole dulcemente al oído, y lo ciñe como si fuese un ave herida.
En sus horas de calma, juega. Corre detrás de las hojas, las que la brisa atrapa y las hace bailar. Se asombra con el color de las flores abriendo sus azules ojos, persigue mariposas y las logra atrapar, las toma entre sus deditos y colocándola en su palma las invita de nuevo a volar. Y su imaginación vuela con ella hacia el cielo, hacia las nubes, que caprichosamente le enseña formas etéreas y les dibuja un rostro sonriente, o un dragón con alas gigantescas y la aurora va dándoles toques de color, y ve las estrellas, y le señala a su madre las más grande, la que titila su platinar, la quiere asir para poder jugar con ella.
En los momentos que su mente se pierde en el infinito de su interior, su madre le habla, lo va tranquilizando y lo hace sonreír. Es una sonrisa azul de dientes separados que muestran un bello rostro infantil.
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